Un amigo me dijo ayer que debí quedarme dormida en la siesta placentera que anuncié en mi anterior entrada. Aunque la emoción de la final del Roland Garros no debía permitírmelo, es cierto que suelo sucumbir al rítmico peloteo de los jugadores.

Han pasado varios días y no han dejado de sucederme cosas.

Mi hija ha aprobado 2º de Biotecnología, y ahora mismo vive inmersa en la preparación de un examen de Álgebra que me tiene encogido el estómago. Y ya no tanto por ella -que también- sino por mí misma y por esa angustiosa somatización a la que me someto libremente cuando hay algo que le atañe a ella y en lo que no puedo intervenir para aliviarla como merecería. Inevitable, ¿no es cierto?

He preparado la dirección de una sesión para un Máster en Dirección de Empresas Consultoras en Protocolo, Gestión de Eventos y Congresos, Comunicación y Relaciones Institucionales, al que me han invitado a participar en los próximos días.

Mientras tanto, he trufado mi día a día con mi trabajo habitual fuera de casa, con mi trabajo en casa (¡verano! armarios, limpieza a fondo de la cocina, jardín, cortinas…), con mi trabajo en el partido en el que milito, con mis lecturas, con tertulias -demasiado cortas- con los amigos de siempre…

Pero de lo sucedido, hubo algo especialmente trascendente para mí: el sábado 16 de junio prometí mi cargo como concejala del ayuntamiento. Si trascendente es aquello que traspasa los límites de lo que se conoce hasta el momento, para mí lo será.

Quizá sea cierto que el tiempo, cuando nos va invadiendo sin la mesura que preferiríamos, convierte las acciones a las que nos entregamos por decisión personal en materia más noble e intensa de la que cabría imaginar.

Quizá.

Con ello no pretendo desmerecer aquellas que hemos llevado a cabo en otros momentos de nuestra vida porque no sería justa, ni siquiera conmigo misma.

Ahora bien, hoy por ejemplo, muchísimos años después de muchísimas cosas sucedidas, soy más libre -probablemente-, y difícilmente me acomodo al gusto y a la voluntad de quienes menosprecian la Razón, hurtando a la sociedad el debate legítimo de las ideas,  mientras huyen despavoridos del diálogo y se cobijan cobardemente en la demagogia, y en el abuso del poder del que disponen a su antojo.

De eso, también estoy segura.

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