Domingo 23 de septiembre de 1973

Neruda ha muerto, pero yo todavía no sé quién es. (Tampoco comprendo qué es morirse)

En unos días empiezo 6º de bachiller y me como el mundo a trocitos pequeños porque me cabe todavía en la palma de la mano. Estreno los 15 años, apenas.

Vamos al cine cada domingo. «Sol rojo» para esta tarde. Llovizna durante todo el día.

He quedado con Salva; una ensoñación que me tiene el estómago encogido desde que empezamos a salir juntos hace cuatro meses. Su primera chica. Mi primer chico.

Hoy juega al fútbol que es su gran pasión (después de ti…, me susurra). Están cerca, en Ador.

Volverá pronto porque han ido en el coche de Javier. Es mayor y ya conduce. El autobús les ha esperado, pero mejor el coche de Javi aunque está durmiendo la siesta y remolonea.

Son las 6 de la tarde y le estoy esperando en la puerta del cine Paz. Mis amigas han quedado para salir por ahí, pero ¡yo salgo con un chico! (¡mi primer chico!), y de vez en cuando planeamos cosas para hacerlas juntos. Ir al cine, por ejemplo. Como esta tarde.

Salva tiene 17 años, una cara preciosa y unos ojos asombrados de mar porque vive pegadito al puerto. Me ha enseñado a bucear. Su padre es uno de los pocos «salva-vidas» que vigilan la playa de Gandia y trabaja en el puerto.

Salva y yo nos hemos enamorado. O eso creo, porque es la primera vez que siento tantas cosas indescriptibles y deliciosas. Y a él.

Pasadas las 6, pero ya no llueve. Es extraño que no haya llegado aún. Ya no llegamos a esta sesión, pienso. La gente va entrando en el cine, y a las 6 y media empieza la proyección. Ahí está el cartel que anuncia la película.

Le saldré al encuentro por la calle Mayor. Se respira bien porque la lluvia ha mitigado el calor. Recorro la calle. Ya son las 7 y no entiendo por qué no ha venido.

En esa esquina está mi amiga Begoña, pero no me sonríe. Está alterada y me coge del brazo. Vuelve a llover, un chaparrón con rabia. Entramos en la cafetería «Moreno», pero ella sigue sin hablar. Hay mucha gente que busca guarecerse del agua y nos apretujamos unos contra otros. No me habla Begoña y me empuja hasta el cuarto de aseo, cierra la puerta de golpe. Se me alborota el corazón porque a las 9 he de estar en casa y Salva no ha venido, y Begoña no me habla mientras llora desconsoladamente.

No entiendo lo que me dice porque la cabeza me da vueltas. Me lo repite una, dos… no la quiero oir más. Que se calle, le pido. Que se calle, por Dios.

Corro a casa porque los metros que me separan de ella son la frontera entre la pesadilla y mi vida. Esa es la explicación. Estoy segura.

No subo a casa. Aún no. Lo voy a repetir por primera vez, de mi boca pero sin mi cabeza por si se esfuma en el aire. Salva se ha muerto. ¿Qué es morirse? Ha sido un accidente en un cambio de rasante. ¿Hasta dónde se muere alguien, hasta cuándo? Muerto. Nunca más todo. Salva ha muerto.

Subo la escalera. Salva ha muerto. Aún no tengo llaves de casa. Salva ha muerto. Pero mi madre ya ha abierto la puerta. Salva ha muerto, mamá. ¿Qué es es esto, mamá? ¿Por qué, mamá? ¿Hasta cuándo, mamá? Nunca más todo.

Hoy hace 34 años que Salva ha muerto. A los 17 años, con vida, con ganas, con besos recientes, con sonrojos, conmigo.

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