9 de enero de 2009, viernes

Pedro J.Ramírez, director del diario «El Mundo»,  el pasado 7 de enero arremetía de este modo contra el vestuario elegido por la Ministra de Defensa, Carme Chacón, para asistir a su primera Pascua Militar:

Carme Chacón

(foto: Cordon Press)

«La ministra de Defensa dio ayer la nota al acudir a la Pascua Militar con un atuendo y un discurso destinados sólo a llamar la atención, provocar y diferenciarse.

Respecto al vestuario, la Casa Real es clara en sus exigencias de etiqueta (…) El vestuario de la ministra exhibido ayer no sólo no fue el adecuado, sino que evidencia un frívolo deseo de convertirse en el centro de todas las miradas. (…)

Resulta un tanto ofensivo para el resto de asistentes su disposición a saltarse las reglas a su antojo, dando a entender que mientras los demás son unos anticuados o unos conformistas, ella es capaz de vestirse de gala marcando un estilo propio e informal.

(…) Estamos seguros de que cualquiera que haya tenido que acudir a un acto regido por un estricto protocolo habrá sentido el deseo de romperlo unilateralmente y marcar su personalidad imponiendo sus gustos».              (Diario «El Mundo», edición impresa del 7 de enero de 2009)

Pero el mismísimo Pedro J.Ramírez, y su esposa Ághata Ruiz de la Prada, entendieron que para asistir a la boda real del Príncipe de Asturias, -un acto regido por un estricto protocolo, evidentemente- la vestimenta que ellos eligieran sí podía marcar su personalidad imponiendo sus gustos personales.

¡Qué gran milagro es la Red!

Aparte de las pruebas que desbaratan las ridículas afirmaciones escritas por Pedro Jota en su editorial, queda el mal sabor de boca que me provoca comprobar de nuevo que el debate se centre -en el caso de las mujeres que ocupan altas responsabilidades de gobierno- en su fondo de armario.

La etiqueta que marca algunos de los actos oficiales más solemnes -y la Pascua Militar es uno de ellos- contempla la presencia de las mujeres en tanto cónyuges de sus esposos. Todo la literatura escrita al respecto hace mención únicamente a ese caso. ¿Por qué? Pues porque nunca hasta ahora había existido el hecho contrario. Es decir, que una mujer llevara el peso de ese acto.

El Protocolo oficial, y muy especialmente las reglas tácitas que lo sustentan, avanza con la misma lentitud que lo hace el cuerpo legislativo de un Estado, con respecto a la agilidad con la que la sociedad en general admite y adopta  sin demasiados reparos hechos novedosos que suceden a diario.

Hace algunos años, cuando por primera vez una mujer ocupó la alcaldía de Valencia, Clementina Ródenas, se dieron algunos hechos que hoy se guardan en el anecdotario de la época. La alcaldesa acudió a un acto militar que se celebraba en Valencia, y el oficial encargado del protocolo, con suma delicadeza, la acompañó a la grada donde se encontraban las esposas de los oficiales y de los mandos. Con su mejor intención, aquel buen hombre pretendía que la sra. Ródenas se encontrara cómoda y en su salsa, es decir, rodeada de mujeres.

Y olvidó, sin darse cuenta -porque no era lo habitual, lo «normal»-  que en aquel momento no sólo era una mujer sino que, por encima de ello, era la alcaldesa de Valencia. Evidentemente, el oficial rectificó cuando Ródenas le agradeció su intención, y le recordó con una sonrisa que ella era la alcaldesa.

Afortunadamente, hemos ido sobreponiéndonos a la realidad y eliminando tradiciones que ya son absurdas.

Cuando vimos por primera vez a la Ministra Chacón pasando revista a las tropas, embarazada y con pantalones, nos quedamos pegados a las pantallas de TV; y cuando escuchamos aquel «Capitán, ¡mande firmes!», supimos que desde ese momento cambiarían aún más cosas.

Por eso, cuando observo en un periódico de gran tirada  la intención de su director de abrir un debate tan estúpido como el que ha pretendido, sé que queda mucho por hacer. Y que la labor es de todos y de todas.

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