10 de junio de 2009, miércoles

Hay que preguntarse por qué la abstención en Rocafort el pasado domingo fue de casi el 4o%, cuando en cualquier otra convocatoria electoral apenas roza el 20%.

Hay que preguntarse por qué ha sido más alta la participación en el colegio Cambridge (Santa Bárbara), que en Correos; y por qué en Correos ha sido más alta que en el colegio elecoral San Sebastián.

Hay que preguntarse, en fin, por qué el electorado de derechas sigue siendo fiel a su cita con las urnas sin complejos (y razones les sobran para ser críticos con sus líderes y con su partido); y por qué la participación del electorado progresista o de izquierdas se ha bajado en marcha del tren que pilotan.

Entiendo que haya razones para que alguien crea todavía que unas elecciones europeas no son importantes (aunque lo sean, y mucho); pero no entiendo por qué una parte importantísima de quienes aspiran a cambiar las cosas de verdad, a transformar la sociedad para mejorarla, y a resucitar la Política como herramienta fundamental para lograr lo que es necesario para todos, no entiendo -digo- por qué el domingo pasado prefirieron pemanecer en silencio.

Mientras la derecha en bloque acudió a votar el domingo para expresar su opción europea y, a la vez, para absolver los «pecados» de sus líderes aquí en España; diversas secciones de la  izquierda (la exquisita, la alternativa, la pura, la nacionalista, la independiente, la de salón, la radical, «la gauche divine» , la contestaria, la verde, etc.) decidieron quedarse en casa o alargar su descanso dominical hasta bien entrada la noche.

Ambas opciones son legítimas: votar y no votar, ¡que no se me altere nadie!; pero es que la curiosidad me corroe.

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