19 de junio de 2009, viernes.

Mi hermana pequeña estrena hoy sus 31 años.

Ella es la única de mis hermanos con la nunca he convivido de manera estable. Cuando nació, yo vivía mis 20 años a caballo entre la Universidad y mis pequeñas revoluciones cotidianas. Por eso Adriana, Adri, es mi punto y aparte.

Llegó cuando yo ya me estaba yendo. Coincidíamos los fines de semana: yo regresaba de Valencia con mi bolsa de ropa sucia y mi atuendo “rebelde”, y ella me escrutaba con sus ojazos negros, de puntillas  en su parque y agarradita de los bordes  para no perderse detalle de mis entradas y salidas.

Cuando el domingo mi bolsa viajaba de vuelta a Valencia llena de ropa limpia, de libros y de urgencias de juventud, Adriana me pedía sin decirlo -absorta su mirada en mis idas y venidas- una explicación por alejarme de nuevo de los límites de su parque de colores.

Mientras yo creía que me estaba comiendo el mundo, me bebía todos los libros que caían en mis manos y apuraba todo el cine de Arte y Ensayo que se proyectaba en Valencia (el bueno y el malo), Adriana crecía con mis hermanos y muy especialmente con Tatiana, de la que solo la separa 7 años.

Pasado el tiempo supe que al mundo no hay que comérselo, sino que hay que conocerlo mejor para comprenderlo y quererlo más. Por eso Adriana es parte fundamental de mi conexión con la realidad y la vida de ahora mismo, no la mía, que suma 20 años a la suya y ya sé qué contiene, sino la de ella y la de esa generación que apuntala con éxito o con mucha dificultad lo que van encontrando a nuestro paso.

Cuando hablo con ella, cuando la miro, cuando me acerco a su vida y la escucho defender lo que piensa, comprendo que el futuro que nos ha de nombrar es responsabilidad de lo que seamos capaces de hacer en el presente y entre todos.

Un beso, cariño.

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