31 de octubre de 2009, sábado

No se me hubiera ocurrido escribir a estas alturas sobre la «cuota femenina», a no ser porque a Sonia Castedo, alcaldesa de Alicante, y a Paula Sánchez de León, consellera de Justicia y portavoz del gobierno valenciano, les ha dado por ponerse triunfadoras.  La primera participó esta misma semana en un encuentro con jóvenes en un instituto de su ciudad, y la segunda lo hizo hace ya algunas semanas en un programa de radio.

Castedo afirmó ante un grupo de estudiantes su desacuerdo con las «cuotas» porque «las mujeres no necesitan más que de su valía para participar en la vida pública»; y Sánchez de León fue rotunda cuando declaró estar en contra de las «cuotas» que benefician la participación de las mujeres en la actividad política «porque lo que importa no es el sexo, sino la valía»

Cuando escucho ese tipo de manifestaciones, preguntaría sin rodeos a quienes las hacen:  ¿es que hace 20 años las mujeres eran menos válidas que ahora? ¿por qué en los últimos años ha aumentado el número de mujeres en puestos de responsabilidad pública? ¿acaso las mujeres que nacieron antes de 1950 son menos válidas que las nacidas posteriormente?

Ni Sonia Castedo ni Sánchez de León son más válidas que lo fueron otras mujeres que no tuvieron la oportunidad de demostrarlo; pero ambas han tenido una gran ventaja sobre aquellas que vivieron el silencio y el desprecio de una sociedad profundamente machista como la nuestra hasta no hace tantos años: la existencia de medidas extraordinarias que han ido corrigiendo con el tiempo -y con mucho esfuerzo- la injusta situación de las mujeres.

A estas alturas resulta desalentador comprobar que todavía existan mujeres que se nieguen a reconocer que la tan denostada «cuota» -a lo largo de los años- ha hecho posible que las mujeres tengamos las mismas oportunidades  que los hombres para alcanzar lugares «visibles» en la sociedad.

Reconozco que como mujer siempre me molestó que se me considerara una parte de «cuota» necesaria fuera del espacio doméstico (porque ése nos lo adjudicaron sin haberlo pedido), pero hay que aceptar que si no hubiera sido por esa medida -y por todas las que hubieron de tomarse en relación a ella- ni los partidos políticos, ni las organizaciones sindicales, ni las corporaciones, ni ninguno de los ámbitos de representación pública hubieran cedido ni lo más mínimo a la incorporación de la mujer.

Lo mínimo que les debemos a aquellas mujeres que nos precedieron, y que nunca pudieron tener su oportunidad, es alegrarnos de que hoy nosotras -todas- podemos ser lo que queremos ser porque hubo quien apostó muy fuerte para vencer los obstáculos que ellas tuvieron.

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