amparosampedro
Nací el 25 de junio de 1958, de madrugada. Cuando el verano despuntaba en Gandía (la Safor)
Soy la mayor de cinco hermanos; un chico y tres chicas más. De mi hermano me llevo exactamente tres años, menos tres meses, menos tres días y menos tres horas; y como a mi padre le gustaba recordar, esa curiosa coincidencia aún convierte el cumpleaños de mi hermano en el anuncio del mío.
Estudié en Gandia toda la educación primaria en el colegio de las MM Escolapias; y cuando se abrió el primer instituto de aquella comarca, y yo tenía 9 años, inicié el bachillerato allí.
Pertenezco a esa generación que aún estudió Formación del Espíritu Nacional.
De aquella asignatura me queda el recuerdo de la primera y única vez que me han expulsado de una clase: fue durante la explicación por parte de la profesora del régimen político de la España de aquellos años (principios de los 70). "Esto es una democracia orgánica", afirmó. Y me atreví a preguntar qué significaba. No obtuve ninguna respuesta, sólo el enfado de Doña Matilde Lloret: aquella "insolencia" me valió la expulsión de clase y una descarga de curiosidad por el asunto que empecé a satisfacer casi inmediatamente.
Decidí estudiar Filología Hispánica y entré en la Facultad el mismo año que Franco murió, en 1975.
15 diciembre 2009 at 16:41
Muchos besitos!!!!!!!!!!!
Cuídalo!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
15 diciembre 2009 at 21:35
Cuídale y cuídate mucho.
Un abrazo
20 diciembre 2009 at 22:43
que se recupere pronto y ánimo .
Un abrazo muy fuerte.
Esperanza
21 diciembre 2009 at 13:31
Hace casi tres años que regresé al pueblo que me vio crecer, al pueblo por el que hacíamos carreras de bici pasando por el Castell de la Creu, con fragancia de romero, tomillo, con sus abandonados pero aún altivos algarrobos… mis hermanos, mis vecinos y yo hasta Masarrochos donde teníamos campos «especiales» de «bicicross».
Ese mismo municipio por el que deambulábamos felices, niños, ajenos a la vida de los mayores, pedaleando felices y sin riesgos por Santa Bárbara, «culminando» la cima, la Charca, donde estaba “la meta”, siempre cautivados por sus azules aguas, apresadas por rocas, no milenarias, sino millonarias…
Ir a por algún recado de mis padres, con mi «bicicross» al pueblo, que si a la carnicería en la que se me hacía eterna la espera, oyendo los comentarios de la próxima boda de Vicenta, con todo detalle de su traje… Luego el ultramarinos, la verdulería y ya, se acabó, pedaladas, la única subida y además cargada… Calle Enrique Soriano, sin asfaltar, casi hasta el cementerio y al fin en casa…
Impaciente juventud, yo solamente quería regresar, estar con mis perros, mis plantas, mi jardín, mis hermanos y vecinos… no entendía esa calma de la gente «mayor», esa tranquilidad, y yo, incapaz de decirles que no quería estar ahí, tímida, esperaba lo que me parecían horas, a que me atendieran…
Hoy no echo de menos esos tiempos. Solo echo de menos a la gente que ya no está, a las tiendas que desaparecieron, ahora que he regresado a lo que considero lo más parecido a mi tierra, vistos mis orígenes, doble nacionalidad y ninguna de ellas española.
Mientras yo me perdí por otros lugares, han surgido otras tiendas de barrio y en el poco tiempo que llevo de nuevo aquí ya he reconocido caras, ya he conocido a mi nueva gente, esta vez, en la zona de “los marginados”, “los olvidados” por este ayuntamiento que, me empiezo a dar cuenta, parece solo tener ojos para otras zonas del municipio desde hace ya unos cuantos años que se hacen eternos…. Y soy igual de feliz que cuando siendo niña me zambullía en la gran piscina de mis padres o correteaba descalza todo el año por el jardín (Rafa, el cartero, me reñía en pleno invierno cuando le abría la puerta con un chándal lleno de barro y descalza… «¡Niña, que te vas a constipar!»).
He crecido, ahora soy mayor. Ahora, la que se queda hablando en el horno soy yo, la que disfruta de la poca calma que queda en este pueblo, la misma, yo… He de salir con tiempo a la farmacia porque el camino, a pesar de no superar los 200m, me lo tomo con calma y que bonito es saludar a toda la gente… Me he vuelto extrovertida con el paso de los años…
Pues este mismo pueblo idílico que conocí, desde 1976 no lo reconozco ahora, si no es por su gente de siempre y por la nueva gente, amable, que rápidamente se hace entrañable…
Llevo más de dos años viendo a mi viejecito favorito que busca el sol cada día, ayer domingo 20 de diciembre, a las 10:30 de la mañana no falló a su cita con el astro rey, sentado sobre su silla de ruedas, sí, él estaba ahí, en el primer semáforo de Godella a Rocafort. Y seguí conduciendo, me fijé en las aceras, estrechas, muy estrechas, por las que transitan a diario mamás con carritos de bebé, además, adornadas con volardos para disuadir a los comodones que no quieren andar, entorpeciendo aún más, si cabe, el paso de minusválidos. ¿Cuántos de nosotros se preguntan cada mañana, agobiados por el semáforo que corta el tráfico de doble sentido en la Casa de Cultura, como se las puede ingeniar uno de ellos para pasar por este lugar? ¿Qué respeto se tiene a la gente de este municipio, a la gente mayor, a la gente que nos vio crecer en un ambiente sano, sin contaminación acústica, sin tanto tráfico rodado, sin necesidad de semáforos para cruzar la calle? ¿Qué respeto se tiene a los padres con los que hablo, que no se atreven a dejar a sus hijos ir solos andando al “cole” por lo estrecho de las aceras?
Mi abuelito, pase lo que pase en esta localidad, recostado ya sobre su silla, con una mirada que no consigo descifrar… no sé si de sensación de impotencia, de orgullo, de optimismo, o simplemente perdido recordando tiempos mejores… No sé y eso duele… Quiero pararme, hablar con él, lo haré… ¿Cuándo? Lo único que sé es que los realmente minusválidos somos la mayoría de nosotros, que hemos perdido las nociones más básicas de respeto hacia los mayores, hacia las generaciones que nos vienen pisando los talones y ellos se lo merecen todo. Un pueblo que no tiene a sus ancianos, a su niños bien cuidados no tiene calidad de vida, no puede dejar a generaciones futuras un legado cultural completo, siempre le faltará algo, la sabiduría que esconde esa mirada casi perdida de mi abuelito y la mirada expectante, ávida de saber de esos peques…
Desde aquí, Amparo, mucho ánimo con tu padre….
22 diciembre 2009 at 14:44
Patricia, encantador lo que has escrito. ay¡¡ aquellos tiempos. Yo tambien lo viví así y ahora……. que pena.