27 de marzo de 2010, sábado.

Conzoco las quejas de diversos colectivos de mi pueblo.

La gente reclama atención a sus problemas con naturalidad, porque  están convencidos de que valores como la honestidad, el respeto, la sensatez y la eficiencia en la administración de los recursos públicos, han de ser contemplados sin excepciones en el ejercicio de las responsabilidades del gobierno municipal, al margen de posturas ideológicas de cualquier signo.

La gente exige no ser excluida por expresar opiniones diferentes a las que exhibe el gobierno municipal.

Los vecinos de Rocafort aspiran legítimamente a disfrutar de igualdad de oportunidades para alcanzar un puesto de trabajo en el ayuntamiento, o una plaza en un taller de empleo o una matrícula en la escuela infantil; y a que los intereses generales prevalezcan por encima de cualquier otro.

No está ocurriendo eso, y el ambiente se enerva por tanta frustración y por el desencanto.

Lo digo yo, que trabajo cada día por encontrar un resquicio a través del que podamos introducir las reglas de juego fundamentales para entendernos. No son «mis» reglas, son las que la sociedad española en su conjunto aceptó hace ya más de 30 años. Son las reglas que hacen posible el funcionamiento del sistema democrático, garantizando la participación de los ciudadanos, a través de sus representantes municipales, en la toma de decisiones que les afecta; y asegurando una gestión transparente de los intereses generales.

¿Qué está pasando? ¿Por qué este gobierno municipal es reacio a cumplir con lealtad institucional esas reglas, y se muestra combativo contra quienes se las exigimos? …

…Porque no las entienden, y lo que no se entiende no se asume, y mucho menos se acepta de buen grado.

Porque es muy difícil que quienes se escudan en su mayoría absoluta para hacer lo que les venga en gana, cuando les venga en gana y como les venga en gana -como si ganar unas elecciones los convirtiera en «capataces de cortijo», y no en gobernantes locales- es muy difícil, digo, que compartan los mismos valores que la gente normal y corriente consideramos irrenunciables en un estado de derecho.

 

Es tropezar una y mil veces contra una pared. Una pared sobre la que rebotan solicitudes, aportaciones, derechos, obligaciones … Es una pared lisa; sin brazos ni piernas ni cabezas para regatear honestamente, para pensar con sensatez, y para escuchar propuestas y defender lo contrario si es necesario, pero con respeto.   

No hay nada, sólo eso: una pared fría y tosca.

¡Qué barbaridad!

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