Martes. 4 de enero de 2011.

(Fuente: flickrr)

Del quirófano se regresa con cautela; y una vez valorados los riesgos, la realidad se reincorpora a pellizcos.

Hace pocos días, cuando el obispo de Alcalá de Henares, Monseñor Reig-Pla, definió la violencia contra la mujeres como la penitencia que paga el pecado de apostar por la libertad, a mí todavía me colgaba un gotero que parecía ralentizar su viaje analgésico para calmar, además, el dolor de la noticia.

Un par de días más tarde, Carlos Fabra me facilitó un tránsito rápido desde una somnolienta estancia hospitalaria hasta la puerta de mi casa; las portadas de todos los informativos me espabilaron y en un santiamén volví a admitir que no hay más cera que la que arde, y  que la sinvergonzonería la administran desde las propias instituciones los petimetres con desórdenes individuales graves que no dependen de la Justicia para su curación.

Con ese par de pellizcos reales y dolientes, regresé a casa; subí a mi habitación y reconocí el alivio casi mágico de mis sábanas.  A partir de ese momento, recuperarme de mi operación será sencillo; recuperarme de la realidad, tan apasionante como siempre.

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