Viernes 17 de agosto de 2012

Hay un hueco en blanco en mi blog. Se abrió el 19 de julio, pero había comenzado mucho antes: el 26 de junio.

Ese día, a las puertas de una comisión extraordinaria de Hacienda en el ayuntamiento, supe el diagnóstico fatal de mi padre: metástasis.

Salí a tomar aire para no marearme. Agarrada a la pared dejé que el dolor abriera su hueco para que no me asfixiara. Íbamos a convivir a partir de ese momento. Me recompuse a duras penas y entré en aquella reunión de trabajo de la que ya solo recuerdo el eco de las estupideces repetidas en tantas y tantas otras.

Un par de días después abracé a mi padre. Se mantuvo firme: la muerte nunca había figurado en su agenda.

El 4 de julio mi padre recibió su primera sesión de quimioterapia; acudió disciplinadamente como quien pasea ignorando la muerte. Durante la tarde le llamé, ni sombra de su desdicha. El olvido permitido a quienes se enfrentan a la fatalidad, pienso ahora.

Volvimos a vernos durante el fin de semana, pero para entonces él ya había tomado una decisión. El domingo 8 de julio entramos juntos en el hospital de Gandia.  Un silencio hiriente a partir de ese momento.

Una infección empeoró su estado el 11 de julio, pero los antibióticos ganaron la partida. Entretanto, su lucha contra los goteros y los vivos que le atendíamos indicaba que su decisión era irrevocable pero no quisimos aceptarlo.

Inexplicablemente, mantenía los ojos abiertos durante las noches y se ejercitaba en un ritual incomprensible que consistía en señalar puntos inexistentes en nuestra realidad.

No comía, no bebía y aún así pretendía mitigar nuestra impaciencia con gestos tranquilizadores.

Julio ardía en madrugadas interminables que enlazaban con jornadas agotadoras. Mis noches de hospital se hunden en los gemidos de un pasillo y el silencio de mi padre.

Los médicos no encontraban razones para explicar su actitud; sus constantes vitales eran buenas y su enfermedad no precipitaría el final.

Se equivocaron. Una noche balbuceó para explicar su personal batalla contra la vida: «Què difícil és morir-se…!«, y una de mis hermanas, presente en ese momento, quiso morirse de pena.

Mi padre murió el 8 de agosto y no hay título que resuma lo que siento.

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