Jueves 1 de Noviembre. 2013

Los vivos cumpliremos con la tradición de pasear entre nuestros muertos.  

Cementerios engalanados con flores frescas, el rumor de los cipreses agotados y este otoño tan esperado que no arranca (apenas el regalo de imaginar el frío cuando cae la tarde y temblar levemente)

Los vivos soñamos nuestros muertos y acariciamos su ausencia lamiéndonos la herida que provoca ese hueco frío y áspero en nuestras vidas que seguimos sin comprender. 

Cuesta aceptarlo porque no lo entendemos. Cuesta creerlo porque somos incapaces de imaginar nuestra propia desaparición. Y es probable que sea todo eso lo que nos convence de que seguimos vivos.

El duelo es el único camino para recomponer la vida y solo podemos explicarlo porque existen nuestros muertos.  Ese es parte de su legado: confirmar nuestra condición de vivos a costa de nuestro propio dolor.

Por eso nos estremece su pérdida, por eso lloramos su recuerdo; al fin y al cabo, lo que nos conmueve es la certeza de estar vivos. 

Seamos felices porque ellos -nuestros muertos- así lo desean.

Ese es el homenaje que estamos obligados a rendirles.

 

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