Sábado 16 de agosto de 2014

 

Hoy llueve en esta playa. Un merecido descanso para que el mar se alborote a su suerte sin que los pobladores de la arena se crucen de brazos en su rompeolas esperando airados una explicación.

Si el sol hinca los rayos sobre la piel o permanece escondido, no hay explicación posible que pueda convencer a esos miles y miles de turistas que se arremolinan en esta playa (unas 250.000 personas) de que el mar está al límite del hartazgo veraniego. Por eso, un día de lluvia como el de hoy es un alivio. Para ellos, los turistas, y para quienes conocemos este mar y su natural comportamiento.

Observo la playa en la que el bosque inmenso de sombrillas ha desaparecido; ondea una bandera roja que alerta a los incautos y el mar ruge sin miramientos de puro agotamiento.

De una jornada como la de hoy se beneficia cualquier trato comercial y económico: las tiendas en su más amplio espectro, los bares, los bancos (sí, también los bancos), las peluquerías, los centros comerciales, los hipermercados, las inmobiliarias (algunas quedan), las heladerías, los chinos (¡por supuesto!), las gasolineras…

Hoy, los pobladores de la arena pueblan las calles y compran lo que está a su alcance; rebañan el plato de la últimas Rebajas y se encandilan con lo que ofrece la nueva temporada que no es otra que en la que seguimos instalados desde hace un par de meses y a la que le queda al menos un mes largo por delante.

También habrá quien haya tomado la decisión de adelantar su regreso. Una playa llovida no es lo que merecían en el fin de semana por excelencia del verano.

Esto es Gandía en el puente de Agosto, la ciudad en la que nací y en la que vive toda mi familia.

Una ciudad y su playa que en menos de tres años se ha convertido en lo que pocos podían imaginar.

Una ciudad que ha eliminado de su entrada principal una escultura fantástica de Antoni Miró («25 d’abril, 1707») porque -según su alcalde, Arturo Torró- «los de fuera no la entendían». De fuera de Gandia -quiso decir el hombre- en un claro desprecio habitual entre los demagogos y chovinistas hacia cualquiera con una pizca de Cultura y de amplitud de miras más que él, ¡solo una pizca!

En su lugar, se ha instalado un rótulo mareante que, a modo del tristemente famoso que anuncia la entrada a Marbella (de la época de su alcalde Jesús Gil), nos avergüenza a la mayoría de quienes pasamos por allí. 

Convertir en «escultura» (es un decir, ¡claro!) el nombre de los pueblos y ciudades con el objetivo de señalar al viajero lo evidente (o sea, que está donde quiere estar), es una fiebre que aqueja a muchos gobernantes municipales; un delirio chovinista y, por lo tanto, ridículo.

Este tipo de delirios conlleva actuaciones mucho más relevantes y preocupantes. Y de ese chovinismo -ramplón y estúpido, como siempre lo es- nació Gandia shore, Wonderwall… y otras apuestas igual de zafias y chabacanas.

En estos tres años, la playa de Gandia se ha transfigurado en un parque temático que atrae a varios miles de jóvenes menores de 30 años dispuestos a emborracharse hasta el límite del coma en «botellones» espontáneos que se multiplican en calles, plazas y en alta mar, a «ponerse» todo lo que caiga en sus bocas o en sus narices y a practicar el sexo en público siempre que haya un móvil cerca para inmortalizar el momento.

Programas de TV, reportajes en medios nacionales y extranjeros y las redes sociales, les animan a conseguir en la playa de Gandia -a precio de ganga- lo que su imaginación espera; pero como la imaginación de esta fauna es corta y obedece al «pensamiento único», reclaman lo que exactamente se les ofrece: sexo, drogas y nada de Rock&Roll.  

He sabido que el alcalde de Gandia, Arturo Torró, anda preocupado con el resultado de su experimento turístico que en estos tres años ha reventado esta playa; sin embargo, quienes llevan «haciendo caja fácil» durante este tiempo a costa de tanta insensatez, no están por la labor. (Ni qué decir tiene cuál es la postura de la Associació de Veïns de la Platja i el Grau y la de muchos empresarios que llevan años trabajando un modelo turístico totalmente diferente al que ahora se ha impuesto)

Sí, señor alcalde, ya puede hacer toda clase de piruetas para convencer a los sufridos gandienses y a quienes vistan la ciudad y su playa en son de paz, que usted no tiene nada que ver con todo esto y que lo que quiere es lo mejor para Gandia.

Ya puede adornar las calles y plazas céntricas de la ciudad con geranios de plástico o envolver «l’arbre de Rausell» entre ramas de abeto navideño (hace falta ser muy, pero que muy hortera para hacer eso); ya puede intentar convencer a propios y a extraños de que el ayuntamiento de Gandia no paga a los bancos y que no pasa nada aunque el Ministerio de Hacienda amenace con intervenir el Ayuntamiento (si eso mismo lo hiciera yo, como ciudadana o como alcaldesa, ya estaría en la cárcel); ya puede usted chulear a sus vecinos apelando al chovinismo y a la demagogia…

¡Ni se imagina el daño que está haciendo!… porque si lo sospechara y su actitud fuera la misma, es que usted es exactamente lo que muchos suponíamos.

 

(«Joder, qué tropa». Conde de Romanones dixit)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Anuncio publicitario