Sábado 30 de enero de 2016

 

Leo y escucho lo que se cuenta a propósito de la situación política general en España, tras las elecciones generales del pasado 20 de diciembre.

Durante esta campaña electoral larguísima que comenzó en marzo de 2014 y que aún no ha terminado, el mantra nueva política 

convive entre nosotros y nos clasifica en buenos o malos.

Un mantra es un instrumento psicológico al que se le reconoce la virtud de convencer al respetable con el uso repetitivo de palabras (en este caso) durante ceremoniosas liturgias. O sea, mítines, entrevistas, redes sociales, tertulias… y otras intervenciones públicas incluidas las que tienen lugar en ámbitos más privados (familia, amigos, compañeros de trabajo, vecinos, etc.)

Escuchar hasta la saciedad nueva política nos obliga a incorporar naturalmente esas dos palabras juntas en nuestro vocabulario. El mecanismo es sencillo: lo hacemos nuestro porque el adjetivo nuevo/a tiene una connotación positiva que modifica nuestra percepción negativa del sustantivo política; una palabra a la que, naturalmente, ya anteponemos el adjetivo viejo/a por el efecto del mantra.

Quienes utilizan este recurso saben lo que hacen y nosotros, aceptándolo, está visto que no.

No existe la nueva política, existe la necesidad y la obligación de retomar la Política: de hacerla nuestra, de recuperar la curiosidad y de estimularla, de explicarnos y de que nos expliquen; de abandonar el sofá para poner los pies en el suelo; de escuchar para pensar; de pensar para hablar y de hablar para decir con conocimiento de causa.

La nueva política es un concepto falso y hueco con el que se pretende ahormar el pensamiento de los demás a la conveniencia de quienes llevan repitiendo oficialmente ese mantra desde el 1 de marzo de 2014.

Esa nueva política consiste en llenar el vacío de su contenido con palabras bien elegidas cuyo significado negativo, en oposición a otras de significado positivo, apela directamente a nuestras emociones: casta/gente, viejo/nuevo, institución/calle, leyes/libertad, poderosos/gente, marco legal/Justicia (este es curioso), deuda/insumisión, etc. etc… Y de este modo, eliminando la Razón e imponiendo la emoción en el proceso del Pensamiento se crea la «percepción», que es el sentimiento ambiguo y manipulable que más conviene a la demagogia.

Es urgente que se deje de experimentar ya sobre la realidad y con las personas. Los planteamientos teóricos y los interesantes análisis de Ciencia Política requieren espacios para la investigación, sí, estoy de acuerdo. Pero ese espacio no puede ser la vida real de las personas.

La Política es todo excepto nuevaporque la necesidad de organizar el territorio en el que vivimos, las relaciones entre ese territorio y los ciudadanos; y la natural intención de resolver los problemas de esa convivencia y la que se establece, además, entre los individuos a causa de su pertenencia a una colectividad, son tan antiguas como el Hombre y sus circunstancias. 

Todos vemos actuar a diario a políticos viejos que apenas alcanzan los 40 años y a políticos nuevos que sobrepasan con elegancia los 70, pero la Política ni envejece ni rejuvenece.

Son algunos de sus actores quienes, con sus actitudes y su comportamiento viejuno (interesado), la detestan en el fondo y en las formas.  Unos, porque anteponen la Economía y otros porque se anteponen a sí mismos.

De ahí que muchos renieguen de su honrosa condición de políticos y se escondan bajo el ambiguo término de gestores.

Es decir, dispuestos a gestionar -caiga quien caiga- intereses económicos, sus propios egos, o todo a la vez.

Así que, el mantra resulta francamente peligroso. ¿O no?

 

 

 

 

 

 

 

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