Lunes 22 de mayo de 2017

 

Mantener una jornada de reflexión la víspera de unas elecciones, es una gran tontería. Pero deberíamos instituirla para el día después.

Hoy ha de ser jornada de reflexión obligada para todos los militantes socialistas. Para todos y para todas. Para los cuadros, los cargos institucionales, los personalismos abultados, los militantes de base, los «estrategas», los miembro de la estructura orgánica, los «opinadores» y los «opinistas» profesionales -los que determinan la opinión publicada y quienes la distribuyen-, los referentes históricos y también para los jarrones chinos.

Hoy todos al rincón de pensar y el primero que lo abandone sin haber considerado detenidamente todo lo que ha sucedido en el último año, es que no ha entendido nada ni hay esperanzas de que lo entienda. Así que, en ese caso, un paso atrás y gracias por los servicios prestados al siglo XX.

Ayer, el PSOE avanzó a zancadas. Si en lugar de mostrarse encantado de haberse conocido durante demasiado tiempo, hubiera observado de cerca la sociedad con la que convive y hubiera progresado al mismo ritmo que ella, el esfuerzo no hubiera sido tan brutal como ha sido. No hubiera hecho falta abrirnos las carnes durante meses, ni soportar espectáculos públicos y privados bochornosos ni librar una batalla tan ridícula como despreciable, por lo que en realidad proponía en las formas y en el fondo.

Cuando toda esta locura comenzó, ya en el verano de 2016, Borrell dijo: «en el PSOE no nos hemos dicho la verdad»

Y es cierto que llevábamos años sin decirnos la verdad. Nos resistimos a hacerlo en mayo de 2010, cuando el presidente Zapatero, el día 10, anunció en el Congreso un cambio drástico en la política económica que arrastró al resto de políticas públicas.

Nos negamos la oportunidad de hablar y de argumentar entre nosotros, cuando en el mes de agosto de 2011 y por sorpresa, el mismo presidente pactó con el PP la modificación del artículo 135 de la Constitución. Ni se analizó su repercusión ni se explicó su alcance real.

Volvimos a rechazar la posibilidad de hacerlo, de hablar y de escucharnos con espíritu crítico y no autocomplaciente, durante el tiempo de Rubalcaba como jefe de la oposición y SG federal, el 15-M, el desastre de las municipales y autonómicas de 2011, la caída en picado en las europeas de 2014… y así, ciegos y sordos ante lo que estaba ocurriendo, encerrados en nuestra mismidad, llegamos al 1 de octubre de 2016. Y empezó la batalla en vivo y en directo: retransmitida, aireada, dirigida a través de las cabeceras de los medios más relevantes, dictada desde los platós de las TV y los editoriales.

Pero se acabó. Espero de verdad que haya terminado nuestro particular Tiempo de silencio. Confío en que reflexionemos, hablemos, debatamos y que lo hagamos con honestidad.

Ha habido errores tremendos en las estrategias pergeñadas para confundir; se ha engañado acerca de los objetivos y se han embarrado las circunstancias. Se ha acusado en falso y se ha mentido.

 

El Roto

 

 

A todos esos estrategas de medio pelo, convencidos de la brillantez de sus disparates, a ellos y a ellas, enfrascados en el juego de la política -como les gusta decir entre guasas y que a mí me parece patético- les pido muy poco: silencio, prudencia y lealtad.

Al fin y al cabo, muchos llevamos años diciéndolo: «¡era la pedagogía, estúpidos!»

 

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