Mi familia: 

Nací el 25 de junio de 1958, de madrugada. Cuando el verano despunta en Gandía (la Safor), hace 48 años. Soy la mayor de cinco hermanos; un chico y tres chicas más. De mi hermano me llevo exactamente tres años, menos tres meses, menos tres días y menos tres horas; y como a mi padre le gusta recordar, es una coincidencia tan curiosa que merece ser repetida cada año el día de su cumpleaños para anunciar la proximidad del mío. Mis padres, mis hermanas y mi hermano formamos un grupo variado y divertido, al que sumamos una cuñada ejemplar, cuatro cuñados adorables, cuatro sobrinas prometedoras -Fiona, Carla, Sofía y Catalina-, y un par de sobrinos -Jordi y Paco- fantásticos.

Enric y Fiona son mi vida. Por elección directa. Enric y yo estamos juntos desde hace casi ya 25 años, (¿es o no esto una elección personal y directa?). De él aprendo cada día una razón diferente para reavivar mi compromiso con la sociedad que quiero ayudar a transformar y a mejorar. Y es no sólo mi marido, sino mi mejor compañero en el más amplio, más hondo y más íntimo sentido de la palabra.

Fiona nació en 1987, y sus espléndidos 19 años -¡ya casi 29!- son el mejor regalo que recibo cada día. Reírme con mi hija, charlar con ella, escaparnos al cine en cuanto podemos, pasear juntas, escucharla, mirarla y dejarme arrastrar por la enorme fuerza de su juventud, son placeres indescriptibles que apuro para rozar momentos felices.

Mis estudios:

Estudié en Gandía toda la educación primaria en el colegio de las MM Escolapias; y cuando se abrió el primer instituto de aquella comarca, y yo tenía 9 años, inicié el bachillerato allí. Pertenezco a esa generación que aún estudió Formación del Espíritu Nacional. De aquella asignatura me queda el recuerdo de la primera y única vez que me han expulsado de una clase: fue durante la explicación por parte de la profesora del régimen político de la España de aquellos años (principios de los 70). «Esto es una democracia orgánica«, afirmó. Y me atreví a preguntar qué significaba. No obtuve ninguna respuesta, sólo el enfado de Doña Matilde Lloret: aquella «insolencia» me valió la expulsión de clase, y una enorme curiosidad por el asunto que empecé a satisfacer por mi cuenta casi inmediatamente.

Decidí estudiar Filología, y entré en la Facultad el mismo año que Franco murió, en 1975.  Los «grises» patrullaban con demasiada frecuencia por lo que entonces conocíamos como Paseo de Valencia al Mar; y aquella era una Universidad, en fin, convulsionada por los tiempos que corrían, viva y vivida por quienes la habitábamos entonces, e ilimitada en sus posibilidades tal y como la habíamos soñado.

En el año 80 terminé la carrera, y obtuve las especialidades de filología Hispánica y Catalana; ya llevaba algunos años compaginando trabajos esporádicos y estudios, y en cuanto tuve la oportunidad me aseguré una completa dedicación.  Tenía a mi favor el conocimiento de un par de idiomas, y colaboré con un par de empresas dedicadas a la exportación.

Mi profesión:

Trabajo en la administración pública local (Diputación de Valencia) desde 1981, y tuve la suerte de conocer las primeras etapas de las instituciones democráticas (diputación y ayuntamientos), en una época en que la generosidad de muchos políticos y la de un importante grupo de funcionarios, hicieron posible un cambio definitivo en el fondo y en las formas  de esas instituciones.  En aquella década, el desarrollo en España del régimen democrático consolidó y legitimó la aproximación de las instituciones a los ciudadanos, ávidos, unas y otros, de resultados provechosos. Por eso siento el íntimo orgullo de haber podido participar, junto a muchísimos otros compañeros de la administración, en la conversión de la función pública en un verdadero y leal servicio al ciudadano, dentro de una nueva ética política inspirada en la nueva imagen constitucional del Estado.

Mi labor como jefa de Protocolo y Relaciones institucionales de la corporación provincial contempló siempre la obligación de mantener el prestigio de una institución que debía velar por los intereses de los ayuntamientos de la provincia y de todos sus ciudadanos, alejada de cualquier interés partidista que los responsables políticos en la institución pudieran anteponer a la imagen institucional que la Diputación merecía.

Afortunadamente, trabajé con políticos valiosos con los que, en algunos casos, logré mantener, además, una excelente relación personal; y como ejemplos, nombraré a quien fue mi primer presidente, Manuel Girona, y al último con el que trabajé directamente, Manuel Tarancón. Ambos, desde ópticas políticas bien diferentes -el primero del PSPV-PSOE, y el segundo del PP- han sido un par de excelentes presidentes, personas excepcionales y amigos entrañables. Y sin duda son la mejor muestra de cómo el respeto  hacia las instituciones y hacia los demás, así como la apuesta por el diálogo y la palabra, son fecundos consejeros en las relaciones políticas y en las personales.

Mi pueblo:

Llegué a Rocafort en febrero de 1988, cautivada por un pueblo encantador dispuesto a conservar lo que lo diferenciaba de otros muchos y amable en su rutina tranquila.

En aquellos años empezamos a forjar relaciones personales con algunas personas de nuestro alrededor que, con los años, se han convertido en referencias imprescindibles de nuestra vida aquí en Rocafort. La  cariñosa acogida que nos dispensaron familias como la de Paco Soler y Pili Izquierdo, o la de Pilar Núñez y Paco Ribes (ellos -Soler y Ribes-ya viejos conocidos por la militancia política que nos unía), nos ayudó a conocer la oferta que nos brindaba nuestra nueva vida aquí. Un pueblo especialmente amable, tranquilo, rodeado de huerta, a un paso de Valencia, y sin embargo alejado lo suficiente de los agobios propios de la gran ciudad. Un pueblo cómodo, cercano, y en tránsito hacia un cambio merecido para mejorar la calidad de sus vecinos.

Poco tiempo después, coincidiendo con mi entrada en el ayuntamiento, sumamos más gente nueva en nuestras relaciones personales: Salvador Bargues -compañero en aquella corporación (1991-95)- y su mujer, M.Luz Masegosa, siguen siendo nuestros grandes amigos. De su mano llegaron Paco Ibáñez y Amparo Marco, y aquí siguen.

Más tarde, Salva y Juli, y a través de ellos, las hermanas Cardo, y José M. y Pere, o Juan y M.José, o Pepito y Ana…Han pasado muchos años, los suficientes para enredar la madeja o para  desenredarla, como siempre pasa. Pura vida, vamos.

Mi dedicación a la vida pública. El Ayuntamiento:

En 1991 formé parte de la candidatura del partido socialista  que volvía a encabezar Floreal Silvestre (ya lo hizo en el mandato anterior, 1987-1991). Por primera vez el partido socialista conseguía la mayoría absoluta en el ayuntamiento; ocho votos, sólo ocho votos, hicieron posible el gran cambio que Rocafort experimentó durante aquellos cuatro años.  Desde 1987, con Floreal como alcalde, y con un gobierno en minoría que contó con la participación del concejal de la UPV (Unitat del Poble Valencià) hasta un año antes de la siguiente convocatoria electoral, el ayuntamiento emprendió las mejoras básicas que Rocafort estaba demandando.

Durante los años 1991-1995, en el ayuntamiento, fui la concejala responsable de las áreas de Cultura y de Personal. ¡Todo un reto! Formábamos un equipo extraordinario volcado en la profunda transformación de Rocafort. La gran mayoría de los  equipamientos con los que cuenta nuestro pueblo datan de aquella legislatura: el polideportivo y la urbanización y ajardinamiento de sus accesos, la plaza de España, el Parc de la Llum, la rehabilitación de la Casa Llana (actual sede del ayuntamiento),  la Casa de Cultura, la remodelación del cementerio, el paseo de la Acequia…

Otros, como la rehabilitación del edificio que alberga desde entonces el Hogar del Jubilado, el Centro de Salud, los vestuarios del polideportivo, o las aulas de pre-escolar del colegio San Sebastián, ya estaban en marcha desde la legislatura anterior, con el que fue el primer alcalde socialista, Floreal Silvestre.

Aquellos años, 1991-1995, fueron fantásticos. Vibrantes.

Hube de apechugar, sin embargo, con una atroz campaña de desprestigio personal fabulada en los núcleos más conservadores de Rocafort; y mi familia, especialmente mi hija, Fiona, sufrió en su propia carne la vileza de todo aquello. Pilar[Núñez] y yo nos convertimos en la diana de un grupo reducido de personas que no dudaron en difundir falsedades, calumnias e insultos para oscurecer lo que, a todas luces, fue la gestión intachable y fructífera de un grupo de  gobierno responsable. Un furibundo ataque contra la remodelación de la plaza de España centró parte de aquella mascarada.

Convertir la plaza de España en un punto de encuentro para todos los que vivíamos aquí significó para algunos el rompimiento de la distribución social a la que se habían acomodado. Y reconozco que eso era lo que pretendíamos: fundir a la gente en lo que es el Rocafort de todos, entrelazarnos, conocernos…traspasar la línea imaginaria (aunque real) que separaba Rocafort de «la colonia», con todo lo que ello suponía. Y supuso mucho.  Sorprendentemente, todo comenzó con una cuidada campaña de denuncia por los pinos que, en las obras de adecuación y urbanización, hubieron de talarse. Veintiún ejemplares enfermos fueron arrancados por indicación de los ingenieros agrónomos que colaboraron en el proyecto. Era la única manera de que pudieran salvarse todos los demás; de este modo, y al disponer de más espacio entre ellos, el crecimiento y la mejoría del resto estaba asegurada. Instalamos riego por goteo, pero cada día -por las noches- algunas personas se encargaban de destrozarlo. La plaza se refrescaba diariamente para impedir que el polvo lo invadiera todo, y de paso, que el suelo se asentara. A partir del verano de 1995 nunca más se ha vuelto a hacer. Hoy en día, el desnivel existente entre las aceras que la circundan y el suelo de la plaza es peligroso.

Ya lo he escrito en otra entrada de este blog que titulé «Los sábados en la plaza»: cuando la gente, los ciudadanos, nos encontramos, nos reconocemos, la información fluye y la intervención del «poder» en nuestros asuntos, en nuestra vida, con la única intención de controlarla, es muchísimo más difícil. Han pasado más de 15 años de aquello, la plaza forma parte de nuestra vida diaria, el «mercadito» de los sábados es cita casi obligada (en cuanto el PP ganó las elecciones, 1995, intentó -sin fortuna- desalojar el mercadito de la plaza), hemos conocido a mucha gente y seguimos teniendo la oportunidad de hacerlo.

Han pasado más de 15 años, y la plaza, que ha sufrido el paso del tiempo y el continuo uso de los vecinos, no ha sido atendida en su mantenimiento nunca más. Fue abandonada a su suerte en revancha -ridícula revancha- por lo que significó.

El otro punto «caliente» de aquella campaña de acoso y derribo fue la construcción del edificio de la Casa de Cultura (en este mismo blog, mi entrada «La Casa de Cultura, historia de un edificio«)

Recuerdo aquella época, a veces, con dolor. Porque fue injusta, tremendamente injusta y malvada. Conmigo -con nosotras especialmente, Pilar y yo-, y con la gente que queríamos.

Quien la orquestó, desde una pequeña tienda de la calle Bonavista que hoy ya no existe, supo inocular con precisión de verdugo su veneno para infestar la sociedad de Rocafort de entonces. Y ganó aquella maloliente partida.

Acompañé a Paco Soler en la lista que se presentó a las elecciones de 1995; pero el daño infligido contra el PSPV-PSOE había sido brutal y la mayoría de votantes fueron arrastrados por aquel «tsunami» pestilente. Hoy, después de tantos años, no les culpo. Ni siquiera entonces lo hice.

Me mantuve como concejala en la oposición hasta el mes de diciembre de aquel mismo año. Las duras presiones a las que sometieron al entonces presidente de la Diputación, Manuel Taracón determinados dirigentes del PP local, influyeron de manera decisiva para que renunciara a mi acta de concejala, so pena de verme apartada de mi trabajo profesional.

Jamás, hasta ahora, lo había confesado públicamente. Pero eso fue lo que realmente sucedió.

Durante una conversación, al inicio de la nueva legislatura en la Diputación (1995-1999), y antes de que nadie informara al nuevo presidente de mi condición de militante del PSPV-PSOE y miembro de la oposición en el Ayuntamiento de Rocafort, preferí adelantarme a los acontecimientos -previsibles, conociendo la catadura moral de los personajes- y hablar con él distendidamente y en privado.  Fui clara y directa, y en tono desenfadado, pero seguro, le dije: «president, he de dir-te, abans que ningú s’afanye a fer-ho de mala fe, que sóc un poc «roja», i «catalanista», si per aixó s’entén l’estima per la nostra llengua […] i  membre del grup municipal socialista en el meu poble»

No olvidaré su sonrisa socarrona, tan propia de él, y su respuesta: «ja ho sé, Empar, però també tinc referències magnífiques de la teua professionalitat. Eres funcionària, i si tú fas el teu treball com cal, ací no passa res» 

Me gustó aquella contestación, y nunca más volvimos a hablar sobre el asunto.  Sin embargo, yo sabía que destacados dirigentes del PP de Rocafort habían empezado a hurgar en aquello. Para quienes entienden que los funcionarios sólo pueden estar al servicio del partido que gobierna, resultaba incomprensible aquella situación. Y empezaron las presiones y las amenazas. Tarancón nunca hizo mención expresa de aquello, pero ambos sabíamos -especialmente yo- que la situación acabaría siendo inaguantable.

El PP gobernaba en Rocafort y respaldé una labor de oposición seria. Intervine en los plenos para poner en evidencia la extraña contratación de una señora sin estudios que pasaba a ser nombrada «Encargada» de la Casa de Cultura por arte de birli-birloque; y debatí con dureza -la que merecía el caso- una modificación de crédito propuesta por el alcalde en el mes de noviembre para dar cabida en el presupuesto municipal a esa nueva contratación (la señora en cuestión empezó a deambular por el Ayuntamiento y por la Casa de Cultura al día siguiente de la constitución de la nueva corporación -junio-, sin ningún tipo de relación contractual con el Ayuntamiento)

El alcalde me amenazó a través de terceros. En su estilo. La oposición para la plaza de responsable del CIJ estaba en marcha, y no dudó en dirigirse a una aspirante para enviarme el recado: «Dile a Amparo Sampedro que o deja de meterse con el tema de Lola Granell, o tú no te presentas a la oposición» Así es él.

Aquella chica, con la que no me unía otra relación que la de haber coincido durante mi etapa de concejala de Cultura, tardó varios días en atreverse a contármelo. Nunca hasta entonces había acudido a mi casa, ni tampoco conocía mi teléfono particular. Una noche llamó a mi puerta, deshecha en llanto. Jamás hubiera imaginado lo que venía a decirme; entre sollozos, avergonzada por las palabras que estaba obligada a repetirme, se derrumbó por lo que aquella indecente advertencia podía significar para su carrera profesional. Aquello colmó mi indignación. Descolgué el teléfono y hablé con el alcalde; aún más, lo cité aquella misma noche para cenar juntos. Inexcusablemente. En el transcurso de aquella cena, corta y en un ambiente cortante, el trabó su justificación amparándose en su peculiar concepto de amistad, pero me pareció una excusa más patética todavía y absolutamente improcedente en boca de un responsable público, allí fue donde le espeté la frase que muchos años después repetí ante el tribunal que juzgaba el caso de «acoso laboral» por el que fue condenado: «No m’ importa la teua vida privada, perquè segurament serà tan avorrida o tan interessant com la de qualsevol; per mí, com si […], però que sàpies que com concejala no vaig a consentir que la teua vida privada la paguen el veïns de Rocafort» (él recordará como yo, la frase que sustiuye a los puntos suspensivos) Lo entendió como una declaración de guerra; y quizá lo fue.

Presionó con más fuerza todavía ante las instancias de su partido, pero no consentí que el presidente Tarancón sintiera la vergüenza de tener que transmitírmelo. Presenté ante el Pleno la dimisión irrevocable como concejala y me aparté de la política municipal activa. Fue en el mes de diciembre de 1995.

Años más tardé, en febrero de 2007, la asamblea local del PSPV-PSOE me eligió como cabeza de lista para las elecciones municipales de mayo. Y retomé mi actividad pública.

Algunas de las calumnias que se difundieron hace muchos años, han vuelto a estar presentes en la reciente campaña. Basta con repasar los desafortunados panfletos que el PP local distribuyó o algunos comentarios volcados en el blog Rocafort2007.

Haber nacido en Gandía, trabajar en la Diputación desde hace 25 años, formar parte – desde hace cuatro años- de la ejecutiva local de mi partido y desarrollar junto a mis compañeros y compañeras la labor política que corresponde a ese órgano, denunciar los abusos cometidos por el PP durante sus años de gobierno, colaborar en la apertura de esta sociedad, animar la creación de una una masa crítica diversa que nos obligue a los políticos -a todos- a pulsar la realidad más próxima y a contar con su participación, contar con mi familia, codo a codo, y trabajar con todo mi empeño porque creo que es posible mejorar las condiciones de vida y de relación de todos los que vivimos aquí, han sido los asuntos que algunos dirigentes del PP en Rocafort han querido convertir en «puntos negros» de mi vida.

Bueno, pues yo me reafirmo en todos y cada uno de ellos. Así soy.

Hoy es 25 de mayo de 2014 y se celebran elecciones al Parlamento europeo.

He vuelto a leer lo que escribí aquí cuando abrí este blog en el año 2005 y lo que introduje en 2007, tras la campaña de las municipales de ese año.

Una parte importantísima de mi vida a partir de 2007 está reflejada en este blog; no solo mi trabajo en la oposición entre 2007 y 2011 y mi trabajo como alcaldesa desde el 11 de junio de 2011, sino las reflexiones a las que me han conducido los sucesos que he vivido a lo largo de estos años.

Y sí, la verdad es que así soy.

Hoy es martes, 11 de octubre de 2016.

Los sucesos más dolorosos que han marcado mi vida hasta ahora, la muerte de mi padre el 8 de agosto de 2012 y la muerte de mi madre el 17 de diciembre de 2015, se han reflejado también en este blog. De una manera u otra, el inmenso dolor, la soledad absoluta y el doliente sentimiento de orfandad infinita han condicionado muchas de mis reflexiones.

Otro hecho que indudablemente ha determinado un cambio importantísimo en mi vida, ha sido mi renuncia a la alcaldía de Rocafort el 11 de julio de 2016. Durante más de dos meses desde esa fecha, mantuve silencio en mi blog. Tiempo para la descompresión y la desconexión.

Justo y necesario porque cada uno de los episodios que me condujeron a tomar esa decisión, fueron duros de soportar y muy difíciles de explicar incluso por quienes los propiciaron.