21 de septiembre de 2008, domingo.
Un vecino, que se declara jubilado atareado, me hace llegar a través de mi correo electrónico su opinión sobre las Fiestas. Vale la pena leerla, y decido publicarla para que se conozca; para ello, cuento con su aprobación.
Fiestas de Rocafort
Quiero decirlo ya de entrada: el único sentimiento que me inspiran las actuales fiestas de Rocafort es indignación. Las siento como el hachazo definitivo del verano. Por muchas razones:
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¿Qué significan dos largas semanas de festejos? Tal desmesura no habla muy bien de un pueblo. ¿Se pretende ser la colectividad más desenfrenada del contorno?
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¿Es por costumbre? También fue costumbre quemar herejes. También es costumbre, en algunos pueblos, extirpar el clítoris a las mujeres. Las costumbres deben cambiarse cuando son un desatino.
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Al confeccionar estas fiestas, la imaginación, la variedad, el buen gusto, un cierto sentido de cultura, aunque sea mínimo, no son el paradigma de nuestros dirigentes. Y los pueblos -no lo olvidemos- se entontecen en la proporción que marcan quienes los dirigen.
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Tampoco lo es el sentido crítico en los ciudadanos. O, al menos, en muchos ciudadanos, aunque soy testigo de sordas protestas. Por lo que oigo y leo, tampoco serviría de mucho. (A este propósito, leo hoy en la prensa la pretensión de la representante socialista de un replanteamiento. ¡Qué insensatez, verdad?)
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El estruendo parece ser la única diversión posible. Ruido, sólo ruido, todo ruido. El dicho popular sanciona muy bien este fenómeno: “Cuanto menos seso tienen, más ruido meten”. Conozco pueblos que han encontrado más diversos cauces de disfrute.
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El Ayuntamiento, respondiendo a consignas, se refocila en la crisis actual como arma política. La crisis es real, por tanto, ¿qué significa este enorme derroche como divisa? Hipocresía, inmovilismo e irresponsabilidad.
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¿Para quién se gasta a manos llenas? Durante el día, se secuestran calles para que las disfruten los………..; durante la noche, para los…………. (Rellenen ustedes mismos los espacios en blanco).
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A este propósito, una pregunta por aquello de la igualdad de oportunidades: si yo quisiera convocar una manifestación justa -que para ello hay motivos de sobra-, ¿se me despejarían las calles de coches, con las consiguientes multas y retirada de vehículos a los desobedientes?
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¿Quién disfruta más estas fiestas? La flor y nata de los pueblos de alrededor. Acuden bandas especializadas en trifulcas, desorden, suciedad y alcohol que, al retirarse, tienen a gala convertir las pocas horas de sueño restantes en griterío impune. No hay exageración: constaten lo que ocurre, vengan a algunas calles y lean los periódicos.
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¿La fuente de ingresos de algunas asociaciones festeras consiste en vender alcohol a troche y moche y sin control alguno? Si la respuesta es afirmativa, es que alguien -o todos- nos hemos vuelto locos.
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¿Quién paga ese ruido, esa suciedad, esos destrozos? Algunos habitantes del pueblo, la policía local, los de la limpieza, los que trabajan ese día y al siguientes, los enfermos, los que preparan exámenes, etc. Gente sin importancia, ya se sabe…
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¿Por qué no se alterna el lugar del tormento a otras zonas del municipio y así compartimos un poco el castigo colectivo? Hay espacios que jamás han sufrido esa avalancha de bárbaros. (Retiro la propuesta: seguro que los posibles afectados no estarían de acuerdo. Siempre ha habido castas).
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Se supone que una fiesta muestra la alegría de un pueblo. No hay que ser muy perspicaces para ver que la felicidad colectiva no se refleja en las caras. Pero éste es un análisis que quizás sea demasiado sutil para nuestras cabezas dirigentes.
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En cuanto a la religiosidad que se supone, invocarla sería un sarcasmo. La verdadera religiosidad va por dentro. La Iglesia, que tanto análisis quiere demostrar en otras cuestiones, debería aplicarlo a estas manifestaciones cuya impresión prefiero no calificar.
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¿No hay nadie que pueda contener tanto desmán? ¿Nadie va a poner límite a la prolongación, la vacuidad y al decibelio desproporcionado? ¿No hay una mínima sensibilidad en la corporación municipal?
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Estaría dispuesto a soportar este prolongado y disparatado tormento si, al menos, viera que el Ayuntamiento, durante el año, gastara igual cantidad de dinero en actividades que sí forman ciudadanos.
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Se impone una reflexión. Muy seria. No es aceptable que la sordera municipal se prolongue por más tiempo. Si tanto nos preocupan la contaminación de todo tipo, el despilfarro y la vulgaridad colectiva -¿o es que no nos preocupan?-, ésta es una buena ocasión para replantearse cambios. Si no, no quedará más remedio que huir para no ser cómplices -ni víctimas- de tanta tropelía. O la rebelión.
A.M.H