Lunes 21 de agosto de 2017
Sí, tengo miedo y no voy a esconderlo.
Tengo miedo de los periodistas (?) a los que se les brindan tribunas públicas para que esparzan su odio y proclamen sus bajezas. Y temo a los medios de comunicación que lo permiten.
Tengo miedo de los ignorantes en general y, en particular, de los que administran páginas en las redes sociales y se consideran investidos para sentenciar con las afirmaciones más reaccionarias. Y temo a quienes los jalean.
Tengo miedo de quienes pervierten las palabras y las libertades para acomodarlas al hueco enorme de su falta de inteligencia. Y temo a quienes, sabiéndolo, callan, porque son mucho más astutos.
Tengo miedo de quienes públicamente dicen tenerlo, porque su discurso es una falacia que esconde intereses repugnantes. Y temo a sus seguidores.
Tengo miedo de tipos como Alfonso Rojo, Arcadi Espada, Isabel Sansebastián o Tertsch y tantos otros subidos a los púlpitos de los medios. De políticos vulgares como Mayor Oreja, Cayetana Álvarez de Toledo y otros miles más. De humoristas que, como Peridis, me sellaron la sonrisa hace tiempo. De cabeceras apestosas que se regodean en los conflictos, animándolos o creándolos.
Tengo miedo de los simples, porque son los usuarios de la demagogia. Y también de algunos que se consideran intelectuales y analistas, cuando echan mano de la conquista de Granada.
Tengo miedo de quien escribe en su perfil de twitter, tras el bárbaro atentado del pasado jueves: «Tranquilos. Irán a la cárcel, pero tendrán cama y tres comidas diaria». Y tengo miedo porque ese personaje administra una cuenta en Fb con centenares de seguidores. Hay miles en las redes sociales que actúan de ese modo tan irresponsable y terrible: desde el presidente del país más poderoso del mundo hasta el niñato ése que, además, vive en mi pueblo.
Fijaos si hay motivos para tener miedo: ¡demasiados!