23 de septiembre de 2016

Aquel 23 de septiembre de 1973 sigue ahí. Fijado al espanto.

Aquel día aprendí a construir esa palabra: es-pan-to. A reconocerla y a temerla.

Cuarenta y tres años más tarde, el espanto ha ampliado sus límites y el borde que lo recorre aún no es definitivo. Es lo que ocurre con las palabras a lo largo de nuestra vida. Las llenamos con nuestra experiencia, las agitamos con nuestros deseos y acabamos revolviéndolas unas con otras. 

Sin saberlo, perdemos palabras por el camino; a fuerza de estrujarlas, de moldearlas a nuestro capricho, se contraen; reducen su resistencia y pierden una parte significativa de su valor.

A mí también me ocurre, pero la palabra espanto -quizá porque se fijó a mi pensamiento a causa de la muerte, cuando apenas tenía 15 años-  siempre ha mantenido su significado terrible y único.

Aprendí qué es el espanto la tarde del 23 de septiembre de 1973.  Imposible olvidar esa fecha, tampoco quiero hacerlo.

Hace algunos años, relaté aquí aquellas horas. Hoy, releyendo lo que escribí entonces, compruebo que sí, que hay palabras que no deben ser revisadas para desdibujar sus límites a nuestro antojo.

Espanto es una de ellas.

 

Relato:

https://amparosampedro.wordpress.com/2007/09/26/efemeride/

 

Resultat d'imatges de fotos de lluvia

(foto: taringa.es)

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